3 de abril de 2012

Editorial de La Nación: La degradación de la mujer




La sociedad debe crear imaginativos caminos de acción para acabar con la prostitución femenina, que afecta a todos

Las agendas gubernamentales, sociales e informativas comienzan a prestar cada vez más atención a la llamada cuestión de género. Dentro de este amplio concepto, hay un tema que preocupa, y mucho, que es el de la prostitución femenina.
Desgraciadamente, éste no es un tema extraño para los habitantes de la ciudad de Buenos Aires. En la zona de Recoleta, alrededor del tradicional cementerio, la intensa actividad comercial permite que muchos locales presten su fachada para ocultar actividades penadas por ley. Así lo denunciaron los integrantes de la organización no gubernamental Fundación La Alameda días pasados, cuando difundieron un video grabado con cámara oculta en uno de los boliches de la zona, en el que quedó documentado el ejercicio de la prostitución, la venta de droga, la violación de la prohibición de fumar vigente en el ámbito de la ciudad, entre otras cuando menos irregulares actividades, por las que responsabilizan a funcionarios de la Policía Federal, de la Secretaría de Inteligencia y del gobierno porteño, que habrían permitido la habilitación y el funcionamiento de siete locales nocturnos en ese barrio.

Al juicio por la desaparición de Marita Verón, también en estos días, se sumó la denuncia de la justicia uruguaya que desbarató una red internacional de prostitución VIP y explotación sexual de menores de edad, con probadas conexiones en Buenos Aires, que eran inicialmente captadas como modelos merced a engaños para luego ser forzadas a trabajar como prostitutas.
El crimen organizado extrema esfuerzos para engrosar un negocio de millonarias ganancias recurriendo para ello a todo tipo de artimañas y ardides, y poniendo al servicio de los proxenetas las herramientas de difusión más variadas que van desde el simple papel en la vía pública a las posibilidades que brinda Internet.
Tomando muchas veces el alcohol y la droga como puerta de entrada, las jóvenes que ingresan en este entramado, encandiladas por promesas o simple y tristemente faltas de otras alternativas, quedan atrapadas y a merced de explotadores. Son numerosos también los casos de secuestros y desapariciones que quedan sin resolución y que permiten suponer el triste destino de algunas jóvenes.
Un poste de luz en la calle, un refugio de transporte público, una cabina de teléfono, son sitios que se multiplican en una ciudad en la que la oferta sexual ha adoptado el sistema de pegatinas como una forma más de promocionarse. Imágenes de mujer, con una sugerente leyenda o apenas un nombre, junto a un número de teléfono, es todo lo que se necesita. Se reproducen de a miles, en distintos tamaños o colores, a la vista de todos, e invadiendo especialmente áreas como el microcentro que, seguramente, han probado ser especialmente convenientes para captar clientes.
Como más de una vez señalamos críticamente desde estas columnas, la pantalla televisiva ha contribuido enormemente a cosificar la imagen femenina, transgrediendo límites cada vez más laxos pues, por un punto de rating, todo vale. Frente a esas pantallas crecen y de sus contenidos se nutren nuestros hijos. Leyes y decretos de reciente sanción buscan contribuir a la erradicación del comercio sexual y a combatir la aberrante trata como forma específica de violencia contra la mujer. Solo sumas y restas: lo que se consigue por un lado se diluye rápidamente por otro.
Nos preguntamos, más allá de la responsabilidad que cabe a las autoridades en todos los niveles, incluidos algunos indignos y deshonrosos integrantes de fuerzas de seguridad directamente asociados con redes organizadas, qué puede hacer cada uno de los ciudadanos para defender y proteger la dignidad de nuestras hijas, madres, hermanas, esposas, novias, abuelas, tías, amigas, etcétera.
Si algo de bueno tiene que estos temas aparezcan en los medios es que se nos brinda la posibilidad de conversar sobre ellos en la mesa familiar o en el encuentro social para compartir visiones y promover acciones menos ambiciosas, pero no menos efectivas, que las que pueden surgir de ámbitos más encumbrados. El solo hecho de generar el debate con los más jóvenes, proponerlo en los colegios, iglesias, clubes o instituciones cercanas, puede mover a la reflexión y a la toma de conciencia.
Afortunadamente, también, las barreras que durante años nos separaron de estos temas por considerarlos tabú hoy se alzan y nos permiten tratarlos de manera diferente cuando, por ejemplo, accedemos a las aleccionadoras declaraciones de una víctima de un prostíbulo que sobrevivió y da cuenta de su terrible experiencia. Resulta imprescindible además hacer todo lo que esté al alcance para levantar la cortina de silencio y temor que se ciñe sobre muchas víctimas.
Llevar adelante, por ejemplo, una simple campaña de "despegue" de papelitos en el microcentro o en determinado barrio aunque parezca una acción menor sería una más de las muchas formas que la creatividad que caracteriza a los argentinos adopte para pergeñar caminos concretos de acción; alternativas que muchas veces olvidamos que están a nuestro alcance cuando nos manejamos como si el problema fuera de otros. Pero no es de otros, es de todos.
Que nuestros hijos aprendan con testimonios y claros ejemplos que cada uno de nosotros puede elegir ser protagonista o simple testigo de lo que nos ocurre como comunidad es la mejor enseñanza que podemos dejarles. La sociedad argentina puede, una vez más, hacer este esfuerzo.

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