Publicado en el diario La Nación, http://www.lanacion.com.ar/1450497-la-degradacion-de-la-mujer
La sociedad debe
crear imaginativos caminos de acción para acabar con la prostitución femenina,
que afecta a todos
Las
agendas gubernamentales, sociales e informativas comienzan a prestar cada vez
más atención a la llamada cuestión de género. Dentro de este amplio concepto,
hay un tema que preocupa, y mucho, que es el de la prostitución femenina.
Desgraciadamente,
éste no es un tema extraño para los habitantes de la ciudad de Buenos Aires. En
la zona de Recoleta, alrededor del tradicional cementerio, la intensa actividad
comercial permite que muchos locales presten su fachada para ocultar actividades
penadas por ley. Así lo denunciaron los integrantes de la organización no
gubernamental Fundación La Alameda días pasados, cuando difundieron un video
grabado con cámara oculta en uno de los boliches de la zona, en el que quedó
documentado el ejercicio de la prostitución, la venta de droga, la violación de
la prohibición de fumar vigente en el ámbito de la ciudad, entre otras cuando
menos irregulares actividades, por las que responsabilizan a funcionarios de la
Policía Federal, de la Secretaría de Inteligencia y del gobierno porteño, que
habrían permitido la habilitación y el funcionamiento de siete locales
nocturnos en ese barrio.
Al
juicio por la desaparición de Marita Verón, también en estos días, se sumó la
denuncia de la justicia uruguaya que desbarató una red internacional de
prostitución VIP y explotación sexual de menores de edad, con probadas
conexiones en Buenos Aires, que eran inicialmente captadas como modelos merced
a engaños para luego ser forzadas a trabajar como prostitutas.
El
crimen organizado extrema esfuerzos para engrosar un negocio de millonarias
ganancias recurriendo para ello a todo tipo de artimañas y ardides, y poniendo
al servicio de los proxenetas las herramientas de difusión más variadas que van
desde el simple papel en la vía pública a las posibilidades que brinda
Internet.
Tomando
muchas veces el alcohol y la droga como puerta de entrada, las jóvenes que
ingresan en este entramado, encandiladas por promesas o simple y tristemente
faltas de otras alternativas, quedan atrapadas y a merced de explotadores. Son
numerosos también los casos de secuestros y desapariciones que quedan sin
resolución y que permiten suponer el triste destino de algunas jóvenes.
Un
poste de luz en la calle, un refugio de transporte público, una cabina de teléfono,
son sitios que se multiplican en una ciudad en la que la oferta sexual ha
adoptado el sistema de pegatinas como una forma más de promocionarse. Imágenes
de mujer, con una sugerente leyenda o apenas un nombre, junto a un número de
teléfono, es todo lo que se necesita. Se reproducen de a miles, en distintos
tamaños o colores, a la vista de todos, e invadiendo especialmente áreas como
el microcentro que, seguramente, han probado ser especialmente convenientes
para captar clientes.
Como
más de una vez señalamos críticamente desde estas columnas, la pantalla
televisiva ha contribuido enormemente a cosificar la imagen femenina,
transgrediendo límites cada vez más laxos pues, por un punto de rating, todo
vale. Frente a esas pantallas crecen y de sus contenidos se nutren nuestros
hijos. Leyes y decretos de reciente sanción buscan contribuir a la erradicación
del comercio sexual y a combatir la aberrante trata como forma específica de
violencia contra la mujer. Solo sumas y restas: lo que se consigue por un lado
se diluye rápidamente por otro.
Nos
preguntamos, más allá de la responsabilidad que cabe a las autoridades en todos
los niveles, incluidos algunos indignos y deshonrosos integrantes de fuerzas de
seguridad directamente asociados con redes organizadas, qué puede hacer cada
uno de los ciudadanos para defender y proteger la dignidad de nuestras hijas,
madres, hermanas, esposas, novias, abuelas, tías, amigas, etcétera.
Si
algo de bueno tiene que estos temas aparezcan en los medios es que se nos
brinda la posibilidad de conversar sobre ellos en la mesa familiar o en el
encuentro social para compartir visiones y promover acciones menos ambiciosas,
pero no menos efectivas, que las que pueden surgir de ámbitos más encumbrados.
El solo hecho de generar el debate con los más jóvenes, proponerlo en los
colegios, iglesias, clubes o instituciones cercanas, puede mover a la reflexión
y a la toma de conciencia.
Afortunadamente,
también, las barreras que durante años nos separaron de estos temas por
considerarlos tabú hoy se alzan y nos permiten tratarlos de manera diferente
cuando, por ejemplo, accedemos a las aleccionadoras declaraciones de una
víctima de un prostíbulo que sobrevivió y da cuenta de su terrible experiencia.
Resulta imprescindible además hacer todo lo que esté al alcance para levantar
la cortina de silencio y temor que se ciñe sobre muchas víctimas.
Llevar
adelante, por ejemplo, una simple campaña de "despegue" de papelitos
en el microcentro o en determinado barrio aunque parezca una acción menor sería
una más de las muchas formas que la creatividad que caracteriza a los
argentinos adopte para pergeñar caminos concretos de acción; alternativas que
muchas veces olvidamos que están a nuestro alcance cuando nos manejamos como si
el problema fuera de otros. Pero no es de otros, es de todos.
Que
nuestros hijos aprendan con testimonios y claros ejemplos que cada uno de
nosotros puede elegir ser protagonista o simple testigo de lo que nos ocurre
como comunidad es la mejor enseñanza que podemos dejarles. La sociedad argentina
puede, una vez más, hacer este esfuerzo.
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